Todos deberíamos asumir que hay discusiones que no valen la pena. Cuando hay oídos que no escuchan y mentes pequeñas donde no caben las explicaciones, es mejor callar y dejar ir. Porque, al fin y al cabo, la enfermedad del ignorante es ignorar su propia ignorancia.
Todos sabemos que conservar la calma y la templanza ante una provocación mal intencionada, no es precisamente fácil. En ocasiones, quien guarda silencio ante la crítica, la envidia, el insulto o la provocación no es por falta de argumentos, verdades o valentía. Lo que ocurre es que cuando la ignorancia habla, la inteligencia calla, mantine la calma, se aleja y, habla en el momento justo y en el lugar preciso.