Hola amig@s lector@s
Hoy, desde el Rincón de Rovica: El síndrome del pavo real. La vanidad es una «religión» con much@s «fieles». L@s hay de distintas edades, razas y condiciones sociales, pero tienen una característica común: Tod@s llevan máscara. Sacrifican sus verdaderos rostros en el «altar» de la apariencia para conseguir la admiración, y valoración de su entorno u otros. Apuestan por el culto a la imagen como camino hacia el éxito y la «felicidad». De ahí que necesiten alardear de sus «cualidades» y presumir de sus «triunfos». Sin embargo, quienes viven demasiado pendientes de dejar claro el propio mérito en todo lo que hacen suelen pagar un precio muy alto. Se convierten en esclav@s de su propio disfraz.
Adict@ a la mentira y manipulador@ por naturaleza, la vanidad l@s aísla de la realidad. L@s convierte en rehenes de la imagen que quieren dar a los demás. Les lleva a ocultar sus carencias, lo que l@s condena a vivir una vida falsa, coreografiada, de cara a la galería. Pero encerrar bajo llave sus inseguridades y su vulnerabilidad no las hace desaparecer. El hecho de no aceptar sus defectos y debilidades les lleva a negar una parte de ell@s mism@s, y eso termina pasando factura. El culto a la apariencia crea personajes, no construye seres humanos. Y los personajes tienden a vivir pendientes de lo accesorio, lo artificial y olvidando lo verdaderamente esencial.
De ahí que la vanidad crezca orgullosa al son de los halagos, que generan una satisfacción tan inmediata como efímera. Busca su alimento en los aplausos ajenos, sin atreverse a cuestionar si ésa es la fuente de la verdadera felicidad. Se contenta con el halago de los demás, olvidando el respeto que se deben a ell@s mism@s. Les convierte en seres dependientes de una máscara ficticia, lo que les impide ser aceptad@s y valorad@s y esta dolorosa realidad les sumerge en una perenne sensación de malestar, que tratan de obviar centrándose aún más en la perfección de su disfraz. Como pavos reales, siguen atusando y adornando sus plumas desplegándolas a la menor ocasión. Pero lo cierto es que no logran un bienestar interior, genuino y sostenible, hasta que se atrevan a conectar con su verdadera realidad, aceptando su luz y también su sombra, más allá de máscaras y maquillajes de cualquier tipo.
El teatro de la sociedad:
“Vigila la máscara que te pones, porque con el tiempo puedes terminar por olvidarte de quién eres realmente” (Alan Moore)
Así, poco a poco, van construyendo la creencia de que «tener» ciertas cosas y «actuar» de una determinada manera, los hace mejores que los demás y el imaginarse equivocadamente mejores, implica que se sienten «mejor», más «complet@» más «feliz». Parece que éstas son las reglas del juego… la vanidad y la soberbia. Alardear l@s hace sentir poderos@s. Pero la triste realidad es que este poder tiene un lado oscuro: l@s intoxica… Es la tiranía de los «aplausos». De vivir a través de un personaje ficticio, actuando en un teatro en el que a menudo terminan por convertir sus vidas.
Son much@s quienes viven en la «jaula» de las apariencias. Obligad@s a posar como maniquíes en un escaparate. Marionetas en manos del juicio ajeno. Tal como afirmó el periodista Gauvreay: “Hemos construido un sistema que nos persuade para gastar dinero que no tenemos en cosas que no necesitamos, para impresionar a personas que no importan”.
El paradigma de la autenticidad:
“Hay que dejar la vanidad a los que no tienen otra cosa que exhibir” (Honoré de Balzac)
La vanidad es traicionera. Los limita en todos y cada uno de los ámbitos de su vida, porque les lleva a considerarse superiores y a gritar a los cuatro vientos lo segur@s que estan de ell@s mism@s y de sus logros. Sin embargo, esta tendencia delata sus carencias emocionales. Anhelando que l@s quieran tal como son, pero no muestran su verdadero rostro por miedo al rechazo. Así, demasiado a menudo viven en la cárcel de lo que piensan y dicen las otras personas, y por la eterna comparación.
Suelen esperar, que los demás llenen su vacío y cumplan sus expectativas, pero la realidad es que tan sólo ell@s pueden llenarlas. Liberar la tiranía de la vanidad pasa por conquistar su propia confianza y conectar con la humildad, que pasa por comprender que cada persona tiene algo de lo que pueden aprender. De este modo, entrarían en contacto con una visión más objetiva de ell@s mism@s, abandonando su disfraz y conectando con la autentica realidad.
La vanidad no es más que un espejismo en el desierto. Parece hermos@, despierta admiración, pero no por ello deja de ser un triste montón de arena en un espacio vacío. Viven bajo el síndrome del pavo real, encerrados en el zoológico del entretenimiento ajeno y con el pensamiento de que “si no brillan, no l@s amarán”… Recuerda que si no te amas a ti mism@s, jamás brillaras de verdad…
Irene Orce