El día que decidí ser libre dejaron de apretarme los zapatos, crucé en rojo todos los semáforos, elegí el camino de baldosas amarillas, dejé la cordura en la terraza de la esquina, ignoré a los que hablaban sobre el corto de mi falda, cerré de golpe puertas y ventanas, mandé a unos cuantos a la mismísima 💩mier**, desaprendí protocolos de esos que llaman cortesía, aprendí todo lo que querían que desconociera, me deshice de cargas y mochilas en la espalda, de preocupaciones que no servían de nada, y un montón de papeles que quería perder. Rompí promesas, muros y vajillas enteras, me metí en la boca del lobo y no quise salir, me crecieron los enanos y también las alas y tumbé las señales de «prohibido’ y pasé.
No me vengas a hablar entonces de miedos o cobardía, precisamente a mí, que tanto tuve que incumplir para poder ser feliz.