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  • Última modificación de la entrada:23/06/2025

 

 

Podría haber sido cualquier día, pero fue un martes. Uno de esos días en los que el cielo no se decide entre gris y claro, y la ciudad se mueve con una desgana que contagia. Ella aceptó la invitación sin mucho entusiasmo, más por compromiso que por deseo. Un nuevo restaurante, luces cálidas, menú de nombres pretenciosos. Todo en orden para impresionar. Todo demasiado estirado, pulido, exquisito, perfecto.

Él hablaba con seguridad, como quien ha ensayado frente al espejo. Ella sonreía en los momentos adecuados, asentía con cortesía, reía en los silencios para no incomodar. Entre plato y plato, se sirvieron frases bonitas y verdades a medias. Al terminar el postre, él con una sonrisa que pretende ser sincera mientras pronuncia las palabras: «brindó, por las conexiones auténticas”. Ella alzó la copa en respuesta, pero el gesto le supo a mentira. La copa en su mano se siente pesada, no por su contenido, sino por la falsedad del momento.

Al día siguiente, sin planearlo, ella entró en un pequeño café de barrio. Había una sola mesa libre, junto a la ventana empañada. Se sentó. Frente a ella, un desconocido le sonrió con torpeza al derramar un poco de azúcar sobre su cuaderno y se disculpó con una sonrisa.  Pidieron café.

Él, sin filtros, le dijo:

-No soy muy bueno en esto de las primeras impresiones.

-Entonces tal vez empecemos bien —respondió ella, sin pensar demasiado.

No hubo platos decorados, ni música ambiente cuidadosamente seleccionada. Solo el murmullo del local, el calor de la taza entre las manos, y un diálogo que, poco a poco, se volvió calido abrigo.
Hablaron de miedos, de errores, de lo que no sabían, de lo que aún esperaban, de cosas pequeñas que no importan al mundo, pero lo sostienen por dentro. Nadie trató de brillar. Nadie trató de encajar.

Al salir, ella pensó que había sido una de las mejores charlas de su vida. No recordaba si el café era fuerte o suave, pero recordaba cada mirada franca, cada verdad que se sirvió junto a él. Y pensó: -«Prefiero ese rincón pequeño donde caben dos almas sin máscaras, a un salón lleno de sombras disfrazadas de luz».

Ella se fue con la sensación de haber recibido algo valioso. No un número de teléfono, ni una promesa. Solo la certeza de que la autenticidad y la franqueza todavía existe, escondida en lugares humildes y servida en tazas con grietas.

Desde entonces, aprendió el contraste entre la apariencia y la autenticidad, a valorar lo simple. A rechazar banquetes disfrazados de afecto. A elegir cafés donde no se juzga lo que vistes, sino cómo miras.

En ese pequeño rincón, allí, sin mantel de lino, ni velas tenues, sin filtros ni poses. Solo sinceridad y humanidad. La honestidad no tenía glamour, pero tenía peso. Y a veces, peso es lo que se necesita para no sentirse vacío.

Rovica.

Esta entrada tiene 4 comentarios

  1. JascNet

    ¡Precioso, Rovica!
    En los detalles, en la simplicidad de las cosas, en la naturalidad… ahí radica la belleza.
    O eso dicen. 😉
    Felicidades. Un cuento que emociona.
    Abrazo Grande.

    1. Rovica

      Muchas gracias J. Antonio. La sinceridad no necesita gritar, ni justificarse. No necesita adornos ni explicaciones. Es una presencia genuina que deja huella, en los gestos, en los silencios. El alma sin esfuerzo, sin máscaras, con su sensibilidad única, sabe…Sabe cuándo hay verdad y cuándo sólo hay ruido. Un abrazo amigo🌼

  2. La belleza está en lo simple y en aquello intangible que nos emociona. Una mirada, una voz, una ausencia recordada también. Y mostrarse siempre tal y como uno es, lo fingido más o menos tarde se descubre. Un abrazo.

    1. Rovica

      Es verdad Paz. La belleza auténtica no se encuentra en lo grandioso o en lo elaborado, sino en lo simple, en lo sutil, en aquello que despierta una emoción profunda sin necesidad de explicación. En cuanto a mostrarse tal como un@ es, es un acto de valentía y coherencia. Lo genuino perdura; lo fingido, tarde o temprano, se desvanece. Un abrazo.

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